El hombre tal como lo conocemos hoy, no podría haber evolucionado, si no hubiera sido por la dieta que consumían nuestros antepasados. Nuevos fósiles han proporcionado una evidencia gráfica de dietas proto-humanas, durante un momento evolutivo crítico, que ayudó a los pequeños cerebros, a incrementar su capacidad cognoscitiva.
Huesos fósiles calculados en dos millones de años que pertenecieron a pescados, cocodrilos y tortugas, animales acuáticos ricos en ácidos grasos, que abastecen de combustible al cerebro, fueron encontrados juntos con fragmentos de instrumentos de piedra, cerca de Lago Turkana de Kenia, en África.
“Sabemos que el cerebro homínido crecía en este tiempo, pero hemos tenido pequeñas pruebas de que la gente era capaz de aumentar la calidad de sus dietas”, dijo David Braun, arqueólogo de la Universidad de Ciudad del Cabo.
Conservado en sedimentos dejados por la inundación repentina y descrito por la Academia Nacional de Ciencias, el tesoro fósil escondido, podría haber sido dejado por cualquiera de las varias especies de homínido (Homo habilis, Homo rudolfiensis, Paranthropus boisei), que una vez vivió alrededor de Lago Turkana.
Uno de estos homínidos con cuerpo y cerebro pequeños, evolucionó en Homo erectus, con el cuerpo y cerebro más grandes, un antepasado humano que probablemente poseía lenguaje y vivió en tribus de cazadores-recolectores.
Cómo pasó áquel salto evolutivo es, sin embargo, un misterio. El cerebro es un órgano de mucha intensida energética. Si los chimpancés son alguna indicación, la dieta de homínido temprano consistió en frutas, plantas e insectos.
Los grandes sesos no podían haber evolucionado con tal cantidad de calorías bajas. “Parece que nuestra dieta habría tenido que subir un nivel trófico, a fin de apoyar un órgano tan costoso” sugiere Braun.
Vía: American scientist